A menudo nos encontramos con que tenemos varias pruebas diferentes con las que podemos detectar una misma patología y tenemos que elegir cuál es la mejor de ellas. Por ejemplo, para el diagnóstico de la infección por VIH se pueden emplear varias pruebas: las pruebas serológicas, en las que se detecta la presencia de anticuerpos contra el virus en la sangre del paciente, las pruebas de antígenos, en las que se detecta la presencia de proteínas del virus en la sangre del paciente, o las pruebas de detección de ácidos nucleicos del virus.
Las técnicas serológicas se llevan a cabo por medio de una técnica denominada ELISA, al igual que las pruebas de detección de antígenos. La detección del material genético del virus se realiza por medio de una técnica denominada RT-PCR.
Supongamos que si representamos la sensibilidad frente a 1-especificidad de cada una de las pruebas para diferentes puntos de corte, obtenemos las siguientes curvas ROC. Supongamos que la curva A corresponde con la prueba de detección del antígeno p24, la curva B es la correspondiente a la prueba de detección de del material genético del virus, y la curva C se corresponde con la prueba de detección antígenos contra el virus.
Curva ROC para las pruebas de detección del VIH |
Como comentamos en ¿Quién es enfermo y quién sano?, cuanto mayor sea el área bajo la curva, mejor será la validez técnica de la prueba. De estas tres curvas, la curva A, que correspondería a la prueba de detección de antígenos, es claramente la que tiene un área bajo la curva menor, por lo que pudiendo aplicar cualquiera de las otras dos técnicas, no emplearíamos la prueba A.
En cuanto a las curvas B y C, tenemos que considerar qué es más grave, que tengamos falsos positivos o que tengamos falsos negativos. En función de la importancia que tenga esto, podemos clasificar las enfermedades en tres grupos:
Las enfermedades de tipo I son las enfermedades en las que queremos evitar tener falsos negativos. Son enfermedades graves que pueden tratarse o incluso curarse si se diagnostican en estadios tempranos, en las que un falso negativo provoca un trastorno importante por dejar sin tratar la enfermedad y un falso positivo no supone un trauma psicológico o perjuicios económicos para la persona. En este tipo de enfermedades, como la tuberculosis o el cáncer de mama, deberemos priorizar que las personas enfermas sean diagnosticadas como tal, es decir, la sensibilidad, para poder detectar tempranamente la enfermedad y poder tratarla para aumentar la supervivencia y calidad de vida de los enfermos.
En las enfermedades de tipo II, queremos evitar tener falsos positivos, puesto que son enfermedades importantes pero difíciles de curar o incurables, o cuando un falso positivo pueda suponer un trauma psicológico o económico a las personas. En este tipo de enfermedades priorizaremos el que las personas sanas sean diagnosticadas como sanas, priorizaremos la especificidad.
Las enfermedades de tipo III son aquellas en las que tener un falso positivo es igual de malo que tener un falso negativo. Una enfermedad que se engloba dentro de este grupo es el SIDA, ya que diagnosticar como seropositivo a una persona no infectada conlleva para el paciente la toma de medicamentos de por vida, así como el estigma social asociado a esta enfermedad, mientras que diagnosticar como negativo a una persona que realmente está infectada por el virus es igualmente problemático, tanto para él, puesto que no se le va a administrar la medicación que impide que el virus se reproduzca y dañe su sistema inmune, pudiendo llegar a desarrollar SIDA, como para la población en general, puesto que al no saber que es seropositivo, podrá transmitir este virus a sus parejas sexuales. Por este motivo, debemos elegir una prueba diagnóstica que sea lo más exacta posible.
Por este motivo, emplearíamos la prueba C, que es la más exacta de las tres. Con esta prueba tendremos el problema de que la especificidad no es muy alta, por lo que detectaremos bastantes falsos positivos. Para evitar estos falsos positivos, podemos realizar una segunda prueba para comprobar si son realmente positivos, y para ello podemos emplear la prueba B, que tiene una mayor especificidad.
Bibliografía empleada:
1. Yılmaz, G., 2001. Diagnosis of HIV infection and laboratory monitoring of its therapy. Journal of Clinical Virology 21, 187– 196.
2. Gómez González, C., Pérez Castán, J. F., & Martin, J. L. R., 2007. Introduction course to clinical research. Chapter 8: Diagnostic tests. Concordance. Semergen, 33(10), 509-519.
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